El movimiento de la realidad se expresa en distintas dimensiones y concreciones, una de las cuales es la macro estructura cultural, entendida como el cultivo de las capacidades humanas y como resultado del ejercicio de esas prácticas, que constituye “el mundo propio del hombre”, caracterizado por el espíritu, por el proceso de humanización y por los productos culturales. La historia del hombre como historia de la cultura es al mismo tiempo la transformación de su mundo y la transformación del hombre. En este razonamiento, la cultura es todo aquello que tiene sentido para el hombre.
El término multiculturalismo es polisémico: alude a la diversidad de raza, clase socioeconómica, género, lenguaje, cultura, preferencia sexual y capacidades diversas, representando una condición del modo de vida del mundo occidental en los comienzos del siglo XXI: sociedad multicultural compleja, diferenciada y heterárquica, pluricultural, con multiplicidad de sentidos en las representaciones sobre lo social, globalización económica, desequilibrios económicos, etc., donde un problema nuclear es la equidad educativa, dado que tratar a los desiguales como si fueran iguales contribuye a perpetuar y empeorar la desigualdad.
La interculturalidad es una forma de pensar que trata de superar las limitaciones del multiculturalismo, añadiendo a los principios de igualdad de derechos y respeto a la diferencia, la intensa interacción que de hecho hay entre las culturas. Es, por tanto, una relación de armonía entre las culturas, una revelación de intercambio positivo y convivencia social entre actores culturalmente diferenciados (Martínez, 2004: 4). Esta forma de pensar corresponde a un tiempo diferente y por construir, algo que básicamente está planteado en términos de futuro inminente, de decisión y de voluntad: es una utopía posible.
Abordar la interculturalidad en la educación remite a pensar en los ignorados, invadidos, a-pagados, a-negadas, no atendidos, mutiladas, des-echados, desposeídas, desheredados, descalzados, desoídos, desnutridos, ahogados, des-estimados, mal-tratados, expulsados, oprimidos, prohibidos, postergadas, silenciadas, extinguidos…(Ruíz Román, 2003).
No puede afirmarse que cuando los alumnos aprenden los conceptos, valores, tradiciones, costumbres de diversas culturas se esté poniendo en marcha una educación intercultural, ni tampoco se puede afirmar que la instrucción o la formación multicultural sea el mejor instrumento para la construcción de una sociedad intercultural. Para construir una sociedad intercultural no basta presentar a la sociedad como multiétnica, inventariada y estetizada en un formato folklórico, al mismo tiempo que envasada y fijada en un currículum escolar. En necesario que en la escuela se aprenda sobre los grupos culturales, enseñar acerca de la diversidad cultural y no solamente sobre la educación de los otros.
La educación intercultural no ha de consistir esencialmente en transmitir el mayor número de conocimientos multiculturales posibles, sino que ha de consistir fundamentalmente en revisar la actitud con que los alumnos y profesores trabajan los conocimientos, dado que “una persona bien educada no sólo tiene conocimiento (…) sobre todo tiene el hábito del pensamiento” (Olive, 2009: 27). En este sentido se deben trabajar los significados individuales y culturales, en una dimensión ética del conocimiento y de la cultura.
No se trata de convertir a las escuelas en espacios multiculturales, donde se traten de tolerar y pacificar fragmentariamente los problemas derivados de la heterogeneidad y de la convivencia con culturas, comunidades y grupos de personas minoritarios, pero donde la interculturalidad no es vista como una posibilidad. No basta aprender a convivir en las escuelas, es preciso que en las escuelas y en la sociedad se aprenda a convivir con justicia. Se trata de reconocer el carácter multicultural del país y asumir que la interculturalidad supone una relación, cualificada como relación que se da desde planos y en condiciones de igualdad entre las culturas que interactúan, negando la existencia de asimetrías debidas a relaciones de poder.
La identidad de los mexicanos es multicultural: indígena, europea, mestiza, con influencia griega, ibera, romana, judía, árabe, cristiana y gitana. Al país lo distingue la herencia cultural creada en el devenir de la historia (Fuentes: 2009).
Lo anterior implica formar docentes que, en cada escuela se preocupen por mejorar la calidad de los servicios educativos, con la participación de los padres de familia y la comunidad. Formar profesores preparados para aprovechar la diversidad como recurso pedagógico, que mediante Proyectos Escolares Interculturales busquen que los padres de familia, los grupos sociales organizados y las autoridades locales participen expresando sus ideas sobre la función de la escuela, de sus problemas y sus posibilidades; proyectos escolares que devuelvan a la comunidad para compartirlos y asumirlos, para definir las acciones, los espacios y formas de participación, para dar seguimiento durante su desarrollo y evaluación para revisarlos, rendir cuentas a la comunidad y reelaborarlos. (Schmelkes, 2007).